ENSAYO : LA HISTORIA DE LA SONRISA
Desde nuestra Clínica Dental no nos resistimos a compartir con todos vosotros este interesante artículo publicado en El Mundo.
Libertad, igualdad y dientes blancos.
Un ensayo del historiador inglés Colin Jones explica que el progreso de la higiene bucal en el siglo XVIII redescubrió el gesto de la sonrisa como una señal de cordialidad, cambió la historia del arte y condujo a la “cultura de la sensibilidad”.
Hay que buscar un cuadro para empezar esta historia: el autorretrato de Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun con su hija, de 1786. Una estampa amable y reconfortante. ¿Qué tiene de particular? ¿La relación entre las dos figuras? No; en los museos hay mil maternidades compuestas así. ¿El lujo de los tejidos con los que visten madre e hija? ¿El escote? Bah, tampoco es para tanto. ¿La sonrisa de la madre? Pues nadie lo diría en 2014, pero la clave está en esos labios abiertos y ligeramente en curva, en esos dientes que asoman blancos. El autorretrato de la señora Vigée-Lebrun fue un escándalo monumental en su época y, hoy, es el gancho de un ensayo llamado ‘The french smile revolution’ (editado por Oxford University Press) que explora en terrenos nuevos y evocadores para los que no nos hemos dedicado al estudio de las emociones.
Muy en resumen: el autor del libro, Colin Jones, profesor de la Historia de Francia en la Queen Mary University de Londres, explica que el gesto de la sonrisa ha estado siempre en el equipaje expresivo del ser humano pero que no adquirió hasta el siglo XVIII (y sólo en Francia) el significado amistoso y laxo que hoy le atribuimos.
Pintemos el cuadro: en el setecientos, las bocas estaban llenas de agujeros y olían a podredumbre; no había prevención ni dentistas para ellas sino ‘tenaceros’ que debían de provocar miedos espantosos. Para agravarlo todo, el azucar, que hasta entonces era una delicadeza para aristócratas, se había popularizado y, con él, la caries se convirtió en pandemia. Abrir la boca era una mueca grotesca, inaceptable.
¿No hubo antes otros cuadros sonrientes? Sí claro, pero sus protagonistas eran juglares, borrachos, necios, niños… ‘Menos que humanos’ para la escala de la época. ¿La ‘Gioconda’? La ‘Gioconda’ tiene la boca bien cerrada, por si alguien no se ha dado cuenta, de modo que sólo en Esteban Murillo podemos encontrar alguna sonrisa que reconocemos como propia de nuestro mundo.
Hasta que entonces, en ese siglo XVIII, en la Francia de los luises, aparecieron nuevos hábitos de higiene bucal, el oficio de sacamuelas progresó y se profesionalizó y algunas bocas, entre ellas, la de la señora Vigée-Lebrun, dejaron de ser pozos hediondos. Sus propietarios empezaron a enseñar sus dientes con coquetería. Y aquí llega el nudo de la cuestión: la liberalización de la sonrisa condujo a una nueva manera de entender las emociones, la subjetividad, las relaciones humanas, el arte y la expresión personal.
No es un viaje tan sencillo, de modo que lo mejor es empezar por el principio. ¿Qué es una sonrisa? ¿Un instinto clavado en nuestro ADN o una convención social aprendida? O, en otras palabras: cuando nuestros hijos nos sonríen al poco de nacer… ¿qué está ocurriendo ahí?
“Esa es la gran pregunta inicial”, contesta Colin Jones desde Londres. “Todo sugiere que la sonrisa es un gesto extremadamente antiguo. Los científicos que estudian la evolución creen que el origen es anterior al ser humano, que ya estaba en los primates que nos precedieron… ¡Los monos abren la boca si les hacemos cosquillas! Podemos estar hablando de seis millones de años, muchísimo si se compara con los 200.000 años que lleva el homo sapiens sobre la Tierra. Los bebés nacen con los músculos que permiten sonreír y reír y hay padres que dicen que sus hijos sonríen desde que nacen. Nada impide pensar que algunos bebés sonrían en la barriga de sus madres. Pero, bueno, dejémoslo en que lo normal es sonreír con dos o tres meses… Eso ya indica que la sonrisa está en la programación de nuestro cerebro. Otra cosa es el significado del gesto, ahí las cosas están menos claras. Los monos sonríen pero también enseñan los dientes para mostrar agresividad cuando se sienten acosados”. ¿Ese es el origen hostil de la sonrisa? Probablemente. “La complejidad de todo esto reside en que la sonrisa es el gesto que puede tener más significados emocionales de los que están en nuestro repertorio… Sólo está al mismo nivel el sollozo”.
Y continúa Jones: “La costumbre que tenemos en inglés de decir cheese cuando nos hacen una foto para que podamos salir con nuestros dientes blancos empezó en los años 30. Eso demuestra que sí, que hay una parte social en el gesto de sonreír, en el cuándo y en el cómo”.
Sonrisas de mala fe
Entonces, ¿qué significaba la sonrisa en el siglo XVIII, antes de los dentistas parisinos y del cuadro de Vigée-Lebrun? “En Europa, al menos desde el Renacimiento y, probablemente, desde mucho antes, existía una presión muy fuerte para que las personas educadas mantuvieran sus bocas cerradas, porque lo contrario era una señal de falta de refinamiento y, quizá, de descontrol emocional: o sea, de locura. A los niños se les permitía reír, porque se aceptaba que no estaban en posesión de la razón. Eso se notaba en la manera en la que la gente se comportaba en público, pero también en el arte, en los convencionalismos de los retratos. Piense en los cuadros de Charles le Brun en el siglo XVII: hay algunas sonrisas muy poco sonrientes”.
“Tenga en cuenta también”, sigue Collins, “que la sonrisa es, por definición etimológica, una ‘sub-risus’. Dentro de la visión clásica de la risa, sonreír era reír por lo bajo, reírse de las desgracias de otras personas. La sonrisa por defecto en Versalles era irónica, sardónica, condescendiente, despectiva… La sonrisa como un gesto de franqueza y generosidad no tenía espacio en el siglo XVIII”.
Llegados a este punto, algunos nos acordamos de aquella película, de ‘Amadeus’, de Milos Forman, de aquel el tontísimo ja-ja-já que adornaba a Wofgang Amadeus Mozart. Ni idea de si aquella risita infantil fue una licencia del guionista o un atributo real de Mozart, pero, ¿a qué le suena ese recuerdo al profesor Jones? “Me suena a que la carcajada ha sido siempre una costumbre plebeya y también subversiva. Era el contrapunto que retrataba a la corte en toda su pomposidad. En mi libro sostengo que la sonrisa y también la risa eran una herramienta de rebeldía contra un régimen facial rígido que dominaba Versalles. Mozart no debía de quedar lejos, pero no me atrevería a decir que estuviera en esa rebelión”.
Y aquí llegamos al momento crucial del ensayo: Jones sostiene que el ‘descubrimiento’ de la sonrisa condujo a la aparición de lo que en el libro se llama “una cultura de la sensibilidad”. ¿Cómo? “Más bien sostengo que la cultura de la sensibilidad es una coproducción en la que tiene que ver la sonrisa. La cultura europea hizo suyas nuevas formas de representar la sensibilidad, por ejemplo en la literatura: piense en Samuel Richardson o Jean Jacques Rousseau… En realidad, son dos procesos que se alimentan mutuamente”.
Es decir, los franceses descubrieron la sensibilidad porque se sintieron capaces de expresar físicamente sus emociones, “pero también los dentistas progresaron en París porque había un público nuevo que quería poder mostrar su sensibilidad y, para eso, necesitaba su boca en buen estado“.
Todavía no nos hemos ganado el final feliz. El Terror en el que terminó el siglo XVIII francés no iba repartiendo chapitas con ‘smileys’ entre el público de la guillotina. Al contrario, Robespierre y compañía eran hieráticos y desdeñosos y consideraban la sonrisa de Vigée-Lebrun y compañía como una frivolidad de ‘la casta’.
“Sabemos que la sonrisa y la alegría estaban en todas partes en 1789 pero que, después, la Revolución se volvió seria e inexpresiva. Ahí están los cuadros de David que enseñaban cómo debía comportarse un revolucionario. Y la Asamblea Nacional, que era muy bulliciosa, prohibió las carcajadas en los plenos. Cuando la Revolución se convirtió en el poder y en la cultura oficial y sus enemigos, en el contrapoder, la risa se volvió conservadora. Eran los aristócratas y la derecha los que se burlaban de la Revolución, aunque no sólo ellos: también la extrema izquierda, los ‘sans-culotte’ se reían. Después empezó la guerra y la seriedad se impuso definitivamente. Bajo el Terror, la risa se convirtió en un gesto contrarrevolucionario, una expresión de deslealtad y traición…”.
Todo suena un poco a ‘El nombre de la rosa’, ¿verdad? Collins lo explica: “Ese molde neoclásico e inexpresivo consiguió asociarse a la dignidad de la vida pública. Napoleón era inexpresivo facialmente y su modelo llegó hasta Charles De Gaulle, que se esforzó porque nunca se le viera sonreír. Al mismo tiempo, ocurrió algo con la sonrisa: se empezó a considerar que era un gesto femenino, algo que se guardaba para la familia“.
Hubo incluso una regresión médica, por culpa de la “fisiognomía de Lavater y las ciencias racistas, que decían que la expresión de la personalidad no estaba en los gestos sino en las cualidades inalterables de las caras: tamaño, proporciones, etcétera. Además, la reorganización de las instituciones médicas durante la Revolución hizo que se perdieran muchos de los conocimientos de los dentistas del siglo XVIII”. Sólo en el siglo XX, con el éxito de Hollywood y de la industria de la publicidad, la sonrisa recuperó su prestigio, hasta convertirse en otra cosa: “En el gesto de rigor de nuestro tiempo, la expresión hecha dientes blancos de nuestro verdadero yo”. O eso se supone.
Última pregunta: ¿se podría escribir una historia del beso parecida a ésta historia de la sonrisa? Porque el beso es, en realidad, lo mismo: una expresión de afecto a través de los labios: “Existen trabajos interesantes sobre el beso. Me acuerdo de un libro de Karen Harvey… Lo fascinante del beso es que, como la sonrisa, puede tener muchas formas diferentes, muchos significados e implicaciones. ¡Piense en Judas!“.